La memoria voluntaria
25.03.2021
Las
novelas de Luis Gusmán Villa (1995) y
Ni muerto has perdido tu nombre
(2002) pueden ubicarse dentro del tópico o ciclo de relatos sobre la última
dictadura militar en la Argentina, pero lo interesante es que la primera
transcurre antes del golpe de Estado del '76
y la segunda -aunque no se menciona una fecha exacta- una vez terminada
la dictadura, ya en democracia. La continuidad de métodos violentos y
represivos antes y después de la dictadura (torturas, desaparición de personas,
chantaje, estafas, etc.) se convierte en una preocupación en estas novelas.
En
1995, una vez que la literatura argentina había trabajado bastante los relatos
relacionados con la dictadura militar desde la perspectiva de las víctimas y
donde los victimarios eran, en su mayoría, militares; Luis Gusmán redobla la
apuesta, no sólo narrando desde la perspectiva de un victimario, sino que este
victimario ya no es un militar, se trata de un civil.
En Villa, el clima de la novela es tenso,
hay algo flotando en el aire, en el aire que respira el personaje de Villa. Al
principio, son rumores: los cadáveres, las armas en el Ministerio, el traslado
de armas y muertos en los aviones del gobierno; luego, los rumores se
transforman en hechos. La novela está narrada en primera persona y el narrador
nos muestra "su punto de vista". Villa es un personaje nefasto, no puede o no
quiere ver lo que pasa a su alrededor, está tan ensimismado que se le escapan
los acontecimientos (su individualismo es tan exasperado que, por momentos, se
menciona así mismo en tercera persona), aunque su relato intenta atar cabos
yendo y viniendo del presente al pasado. Villa es una metáfora, llevada al
extremo, de una gran parte de la sociedad civil argentina que no vio o no quiso
ver lo que pasaba a su alrededor.
Un hombre
que trabaja en una repartición estatal y dice no saber nada de política no es
de confiar. Por momentos dan ganas de darle un cachetazo, para ver si
reacciona, pero es ahí cuando se desmaya, el personaje se desploma cuando tiene
que actuar, tomar decisiones... Villa es un engranaje de la maquina kafkiana (como
la llama Panessi en su artículo "Villa,
el médico de la memoria"), pero mientras otros personajes de la
máquina piensan sus movimientos y alianzas (Firpo, Villalba, Otero, etc. El
ajedrez que juegan los radioaficionados del Ministerio), él actúa como un
autómata, sobre todo cuando trabaja para Cummings y Mujica; habla de respetar
las jerarquías, pero no entiende que las jerarquías son intercambiables: el que
ayer fue jefe, hoy ya no lo es, es el caso, primero de Firpo, luego de Salinas
(y otros, como Villalba, siempre caen parados). Esto le pasa, porque su
característica más destacada es ser un "mosca", revolotear alrededor de un
grande.
La apuesta de Gusmán es fuerte: la
participación civil y el letargo de la sociedad argentina están presentes. En
el caso de Villa, la omisión se convierte en complicidad. La máquina de matar
comienza con errores en el funcionamiento, pero gracias a personajes como
Villa, que actúan como autómatas, la máquina se complejiza, cobra mayor
envergadura con la sistematización.
La relación
entre el gobierno de Isabel Perón / López Rega y el gobierno militar está
marcada, entre otras cosas, explícitamente por la continuidad en sus funciones
de Cummings y Mujica (en los textos de Gusmán, los torturadores siempre forman
una sociedad. En Ni muerto has perdido
tu nombre aparecen Varela y Varelita): "Nosotros siempre trabajamos para el
gobierno". Pero también, implícitamente, en, por ejemplo, la comparación que
hace Villa del catre de Matienzo y el de Perón: "Me lo imaginé durmiendo en el
catre y pensé en el catre de Perón...". En Villa,
también como parte de la continuidad, hay personajes (oscuros para Villa) que
vuelven del pasado (Villa guarda una foto con Onganía por si vuelven los
militares): Matienzo era oficial cuando Villa hizo el servicio militar y había
tenido pesadillas con él, Otero era un gendarme que lo había detenido cuando
estaba teniendo sexo con Elena, su antigua novia (que también reaparece y es
asesinada por Villa).
En un momento (1995) cuando desde el poder político y
los sectores más variados de la sociedad se insistía con "el olvido y el
perdón"; Villa exige, de parte del
lector, una lectura ética y una toma de posición, que en la mirada del narrador
está, irónicamente, ausente. La participación y responsabilidad civil (sobre
todo de ese sector de la sociedad que representa Villa, entre otras cosas, la
administración pública) y el letargo de la sociedad argentina en general están
presentes en el texto de Gusmán, porque destruye la postura de la historia
oficial que se había construido desde la vuelta democrática. Toda versión
monolítica y univoca de la memoria histórica no es de confiar. Todavía hay algo
que se escapa, hay un vacío que no se llena con nada y ese vacío es la muerte
innominada, la desesperación por la ausencia, el cadáver anónimo: "Nos miraban
con desconfianza, les queríamos dejar un muerto que no era de ellos".
En el año 2002 Gusmán publica Ni muerto has perdido tu nombre,
recordando las palabras que Agamenón le dirige al fantasma de Aquiles en la
Odisea. Hay en esta novela, algo que ya había comenzado en Villa, una clara necesidad por inscribir los nombres de los muertos
sin cuerpo, su epitafio, y por denunciar que los asesinos siguen siéndolo:
"Ya le dije una vez que el nombre no tenía importancia. ¿Está claro, Villa? Hombre, mujer, da lo mismo. Ya está muerto, está adentro del cajón, y al revés. Adentro del cajón podría estar Drácula. Eso no le incumbe. Usted sólo tiene que poner la firma".
El personaje de Villa toma más de una
decisión: Cuando Firpo se suicida en su oficina, Villa le roba "la cabeza de
caballo", un sujeta-corbatas que representa un toque de elegancia, "el mundo de
Anita". Es la primera vez que Villa le roba a un muerto. Un tiempo después, en
una sesión de tortura, donde oficia como médico para resucitar a la víctima,
sucede algo que desestabiliza, por completo, su mundo ficcional. Primero
intenta reanimarla, pero no obtiene resultados. Luego, mientras delibera qué
hacer, la mujer que habían torturado le habla: "Sacame, no doy más... Sin darme
vuelta, sin saber a quién le hablaba, le dije: Soy médico, mi obligación es
salvarte la vida...". Después de dar muchas vueltas, finalmente, decide aplicarle
una fulminante inyección de potasio. Antes de montar una escena para engañar a
Cummings y a Mujica, Villa agarra un objeto de las pertenencias de la mujer. Al
rato, cuando ya se encuentra solo, saca de su bolsillo una media medalla con su
nombre grabado y se dice: "La voz era la de Elena". Después de un tiempo, Villa
busca sin buscar, por los laberinticos pasillos de la Chacarita, la tumba con
la identidad falseada, un día se detiene frente a una lápida y celebra una
ceremonia.
El capítulo de la ceremonia es una de las
escenas más estremecedoras y desconcertantes de la novela, y concluye con una
plegaria:
"Ahora me voy a dar vuelta y te voy a dar la espalda, como les doy la espalda a todas las cosas que me duelen y quiero ignorar. Hasta hoy me ha dado resultado. Por eso me despido, porque después voy a arrancar derecho hasta la puerta sin mirar para atrás. Como cuando nos peleábamos, solo que entonces siempre alguno de los dos volvía".
Los objetos robados se juntan con la otra
media medalla (la de Villa, la que posee el nombre de Elena), en el cofre del
club Arsenal, donde Villa atesora su pasado. Allí también se encuentra el
informe cifrado que él ha estado escribiendo, "su engendro". Cuando se
reencuentra con Matienzo, decide descifrarlo y entregárselo, para exponer "su
punto de vista", pero Matienzo se lo rechaza con desprecio, porque "...Las
pruebas son insuficientes. Es el informe de un desesperado... ¿Se da cuenta de
que se implica usted e implica a mucha gente?... usted es un hombre peligroso.
Por miedo puede hacer cualquier cosa... Sólo tiene un interés personal, que es el
suyo...". El informe nunca concluye, ya que Villa lo irá adulterando de acuerdo
con la "autoridad" a la que se lo presente. El documento burocrático es parte
de la compleja trama (discursiva y política) que Villa va tejiendo a lo largo
de la novela y que él no puede o no quiere interpretar, se trata de un archivo,
es una de las memorias de la literatura.
Este texto es una adaptación de una monografía que realicé para la cátedra del Prof. José Maristany, en el Seminario de literatura contemporánea en lengua española (ISP "Joaquín V. González").